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Mar

21

May

2013

ALUCINACIONES PDF Imprimir E-mail

VIVA SEVILLA / 21/5/2013

RAFAEL COMES

En román paladino alucinar significa perturbar la razón con engaño de los sentidos. Otra acepción se refiere a seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra. Y otra sería confundirse, ofuscarse o desvariar. De ahí que la alucinación consista en la percepción de una sensación sin que exista ningún objeto para
que ella se produzca en nuestros sentidos. Es decir, el fenómeno opuesto a la ilusión en la que siempre somos conscientes de nuestro propio error porque los estímulos de la sensación son reales. Por ello el humorista de un conocido diario sevillano nos decía hace unas semanas que, finalmente, el Tribunal Supremo había confirmado que las Setas de  la Encarnación eran alucinógenas, o sea, que habían producido una alucinación, quizá una alucinación colectiva, algo nada extraño en la ciudad de Sevilla.

La esquizofrenia hispalense es capaz de solazarse con regusto en la contemplación del

 

desaforado edificio sin comprender que está fuera de lugar y en el inmediato entorno de un monumento como la iglesia de la Anunciación

 

- antigua de la Compañía de Jesús y luego templo de la Universidad a la que sigue perteneciendo -, algo que está en contradicción con las leyes de patrimonio en cuanto a la delimitación de entorno próximo. Ahora, por cierto, parece que peligra su hermosa cúpula. En otras palabras, si el cacareado engendro arquitectónico iba contra la ley, la razón de los sevillanos estaba perturbada o bien había sido seducida mediante engaño por sus regidores que desvariaban. Ejemplo éste ya repetido en alguna que otra ocasión como en la biblioteca del Prado de San Sebastián por más que algunos académicos hablen de Sevilla como una ciudad arcaica, muerta y sin futuro por no

 

ir contra la ley.

 

Alucinamos cuando contemplamos la fachada exterior del Patio de los Naranjos de la

 

Catedral que mira a la calle de Alemanes. Y leemos: “Un resultado parcial” si nuestra vista alcanza a leer el largo informe de “J. Pérez Dí- ez S.L. Construcción y Restauración” colocado en todo lo alto de la Puerta del Perdón, junto a dos antiguas fotografías de Clifford, realizadas en 1862, anteriores obviamente a la restauración de 1948. Aunque el cartelón parece especial para miopes y justificación de la restauración actual, comenzada aproximadamente hace un año, hemos alcanzado a recibir la

 

científica información que ignoramos cuántos sevillanos hayan leído con fatigosa atención de sus pupilas.

 

Si la finalidad de la restauración era devolver el aspecto original que tuvieran los muros

 

de la mezquita resaltando la textura del ladrillo, mampuesto y tapial -han aparecido tres

 

merlones originales en el almenado- por qué razón volver a reconstruir el plano inclinado en talud del siglo XVII, que fue desmontado por el riguroso arquitecto restaurador don Félix Hernández, dejando un testigo del mismo a la izquierda -derecha del espectador- de la actual entrada a la Biblioteca Colombina, al tiempo que descubría las viejas gradas de ladrillo y piedra entre los estribos que componen la fachada al modo de la mezquita de Córdoba.

 

Si el principio que preside dicha restauración es seguir el mismo criterio seguido anta-

 

ño en la calle de Placentines -obra de Félix

 

Hernández- y donde vemos las gradas, nos

 

preguntamos por qué razón se han eliminado las gradas y repuesto el plano inclinado

 

en talud a lo largo de la fachada de Alemanes, fundamentándose en las fotografías antes mencionadas.

 

En esa fachada donde se exponían las mercancías de Indias, se modificaron las

 

gradas para construir varias capillas barrocas y abrir ventanas, alineándola, y cubriendo los escalones por un talud que ahora se ha vuelto a construir. El altorrelieve de Miguel Perrín en la parte superior de la Puerta del Perdón, que representa a Jesús expulsando a los mercaderes del templo, nos habla con elocuencia de hasta dónde debe llegar la

 

actividad comercial en los muros de la catedral. Al compás de las restauraciones, las

 

gradas descubiertas en 1948, con motivo de la efemérides del VII centenario de la conquista de Sevilla, mencionadas por el cronista Ibn Sahib al-Salat al menos en la fachada de Poniente, vuelven a cubrirse para que no las veamos jamás. En la estimación actual, no deben valer tanto como las estimó Bartolomé Torres Naharro:

 

“Un templo de majestad sin segundo, un gran campo de Tablada, y unas Gradas, que una grada vale más que todo el mundo”.

 
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