ABC SEVILLA / 16/10/2017
ELENA MARTOS
Los muros sobre los que se levanta el imponente edificio de la calle Regina conservan todavía fresca la historia de los más de cuatro siglos que han pasado desde que se pusieron los primeros cimientos. Las obras van desvelando detalles nítidos del pasado que lucirán en habitaciones y zonas comunes del hotel que la familia Campos Peña abrirá el próximo año. El arquitecto sevillano Ignacio Toribio abre las puertas del futuro establecimiento a ABC una vez que se han finalizado los trabajos de la estructura.
Con el casco ajustado arranca la visita en el mismo hall y ya la envergadura de los pilares, levantados en ladrillo de piedra, permite hacerse una idea de los usos que ha tenido este edificio, que en su día formó parte del extenso convento de Regina Angelorum, fundado a mediados del siglo XVI por Teresa de Zúñiga, marquesa de Ayamonte. Hermanas dominicas fueron las primeras moradoras del inmueble, que luego se convirtió en una residencia para frailes de la misma orden. De aquello se conservan grandes arcos dibujados sobre la pared, que han salido a la luz tras la retirada del mortero. «Todo esto nos ha ayudado a corroborar lo que ya se conocía. Teníamos una idea de las huellas que podíamos encontrar y las incorporaremos, en lo posible al diseño», aclara el arquitecto, que se ha enfrentado al mayor reto de su carrera.
«Ahora estamos al 35% de la ejecución, porque se ha acabado la estructura y ya está consolidada. Ésta era la fase que más incerticumbre nos creaba, porque no sabíamos lo que iba a aparecer», admite. La mayor sorpresa ha sido un artesonado de madera noble en perfecto estado. «Es el único que hemos localizado, estaba completamente cubierto», indica. Tras realizar los estudios oportunos, se ha concluido que no habrá que tocarlo y «será el techo de una de las habitaciones de lujo».
Este tipo de hallazgos es lo que ha mantenido en vilo a los profesionales que están a pie de obra. «Te obliga a repensarlo todo, haciéndolo siempre en positivo, porque en eso consiste una rehabilitación, en sacarle el mejor partido a cada eventualidad», comenta Toribio antes de pasar a la planta superior. A ella se accede por una preciosa escalera de caracol en mármol blanco y una baranda de forja similar a la que lucen las ventanas del exterior.
Cuenta el arquitecto que cuando llegaron todo estaba cubierto por la vegetación y la suciedad, pero una vez limpio el terreno descubrieron con alivio que «muchos de los elementos se podrían salvar», incluido el propio pavimento, del que sólo se repondrán las partes deterioradas. «Son materiales de muy buena calidad que nos dan idea de que, al menos esta parte de la casa, fue una zona señorial», explica.
Regionalismo
La vivienda albergó también una sombrerería, que debió ser la referencia dada la envergadura de las estancias. Pero no fue hasta entrado el siglo XX que el inmueble se convirtió en un edificio residencial reservado para las clases pudientes que adquirieron los lujosos pisos de estilo regionalistas que ocuparon las primeras crujías. Al fondo, donde en su día estuvo el corral, se levantaron modestas casas de vecinos con cocina y aseo comunes.
Ignacio Toribio muestra las diferencias entre unas zonas y otras. «No creo que haya muchos más edificios en Sevilla con tanta historia detrás», asegura. Las 63 habitaciones –iban a ser 67 en un principio– conservarán alguna de estas huellas con diferentes alturas y testigos de otras épocas.
«El hotel será muy heterogéneo, desde el suelo hasta las cubiertas y eso lo vamos a respetar también. El expertos señala los cambios de altura de los tejados, unos completamente horizontales y otros más inclinados sobre los que se colocarán tejas árabes, que son las que tenían cuando tomaron posesión de la finca.
La empresa constructora ha acometido las obras con sumo cuidado, dada la singularidad del edificio. Cuenta Toribio que «esas son las dificultades de afrontar este tipo de proyecto», mucho más costoso que levantarlo desde cero. Todo se lleva a cabo con la maquinaria más pequeña, preservando en lo posible cada elemento. «A nivel volumétrico se va a respetar todo y a partir de ahí se ha definido la distribución», señala.
De lo que no va a quedar rastro es del pasado okupa. La vivienda estuvo durante un año bajo el control de distintas personas que aprovecharon el estado de abandono para instalarse. En 2006 se hizo efectiva la orden de desalojo tras sucesivas denuncias de los vecinos y se procedió a tapiar puertas y ventanas para evitar que volviera a ser habitado sin permiso. Aquel día salieron algo más de 60 personas dejando atrás enseres, suciedad y decenas de pintadas que encontraron los obreros cuando accedieron al interior. «Todo estaba muy bien apuntalado, la Gerencia de Urbanismo había realizado trabajos de seguridad, pero parecía la selva. Viéndolo ahora parece mentira que sea el mismo edificio», confiesa el arquitecto, que celebra la recuperación de una casa con tanta historia para la ciudad.
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