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03

Nov

2017

PASO PARA UN TREN LLENO DE TIEMPO PDF Imprimir E-mail

DIARIO DE SEVILLA / 22/10/2017

Prohibido el paso excepto talleres y vecinos. El cartel es un eufemismo si se tiene en cuenta que de los setenta arcos, 35 a cada lado, de las Casas de Pinillos sólo están abiertos dos, los correspondientes al taller de reparación de automóviles que abrió José Rojo. Los clientes de toda la vida lo conocían como Pepe el Matao. Eso dice Miguel Fernández, que viene con un asunto de electricidad del vehículo. "Aquí vienen todos los taxis de Sevilla. Yo tengo 63 años, empecé a trabajar en los coches con 12 y ya estaba abierto".

Tiene algún problema con el piloto y se lo revisa Carlos Mellado, que a bote pronto hace un inventario de lo que este edificio singularísimo fue y dejó de ser. "Aquello era Cortinajes Oriente", señala hacia el frente. La brújula de la memoria sigue señalando los signos de la ausencia: una herrería, una empresa de náutica donde se reparaban distintas embarcaciones, allí se veían hasta yates; una curtiduría; un tapicero; una carpintería. "Donde está el candado, había un bar, el bar de Pepón".

LOS PRIMEROS PLANOS LOS FIRMARON EL DUEÑO Y EL ARQUITECTO ARÉVALO EN OCTUBRE DE 1920
Miguel Fernández Soler trabaja de arquitecto en Edimburgo y Pedro Mena Vega comparte un estudio, Arquitectura a Contrapelo, con otros jóvenes profesionales en la calle Sol. Ambos realizaron sendos proyectos de fin de carrera para imaginar futuros usos de las Casas de Pinillos: talleres, viviendas y en el caso del segundo un modelo de co-working, palabro que alude a esa convivencia de oficios que se evaporó, cuando la cafetera o el barril de cerveza del bar de Pepón no darían abasto.

Miguel nació en 1990 y Pedro en 1991. Niños de la Expo que convirtieron en objeto académico un conjunto de viviendas de la Sevilla que preparaba la Exposición de 1929. Los primeros planos de los pisos de Pinillos aparecen fechados el 23 de octubre de 1920 en el Archivo Histórico Municipal, según la memoria de estos arquitectos veinteañeros. Llevaban la firma del prestigioso arquitecto Antonio Arévalo Martínez (1871-1948) y del propietario de los terrenos, Antonio Martínez de Pinillos. Dice Carlos Collado, del taller de automóviles, que el dueño era un naviero gallego que hizo fortuna en Sevilla.

Las Casas de Pinillos son una fortaleza sin mercado, con esa deserción fulminante de talleres. Un castillo con su puente levadizo, para adaptar el terreno a la altura original del prado de Santa Justa; con su foso imaginario y hasta con un paso a nivel que abre y cierra el guardabarrera de un tren fantasma. El conjunto se subdivide en dos parcelas catastrales simétricas a las que se accede por las calles Júpiter y Luis Cadarso. En las dos calles que completan el cuadrante se observa la diferente tipología sociológica: una de las parcelas la compró una inmobiliaria y buena parte de sus viviendas acogen a okupas que tienen sus cachivaches a la vista en la calle Padre Méndez Casariego. La calle Lope de Vega, sin embargo, está impoluta, y corresponde a viviendas a las que fueron llegando arquitectos, abogados, músicos... El joven arquitecto calcula que en el patio de las casas de Pinillos cabría el Anfiteatro de Itálica.

Junto a sus valores arquitectónicos, fue la única plasmación empírica de aplicar en Sevilla el concepto de Ensanche de Ildefonso Cerdá en Barcelona: manzanas cuadradas, patios interiores. "De hecho, la calle Gonzalo Bilbao se llamó un tiempo calle Ensanche", dice Pedro Mena.

Saturno se comía a sus hijos y Júpiter se los merienda. Chico es el nombre con el que toda su clientela conoce a quien despacha en la Pescadería Júpiter. 36 años vecino del barrio, 22 como pescadero. "El principal problema de las casas de Pinillos son las herencias". Está a punto de terminar la temporada de las caballas, que no son caleteras sino de Málaga. Este pescadero vive con la noticia: casado con una periodista, sus padres regentaban el puesto de venta de periódicos de la Alfalfa. Llega Antonia, su madre, con el paraguas. "Mamá, ¿esto es un barrio-dormitorio?", le pregunta Chico. Él le llama a la zona Saturno, aunque hay quien la sitúa en la Puerta Osario o en la Puerta Carmona. "Yo le digo mi barrio, el mejor de Sevilla, y viví en el de Santa Cruz", dice la madre del pescadero. En una de las viviendas vivía su amiga Amparo. "Pagaba treinta pesetas y heredó el piso de su bisabuela".

Para el periodista es un privilegio coincidir en su visita a este castillo urbano con una historiadora del Arte y un historiador de la Música. El paso a nivel deja pasar el tren de la historia, vagones espectrales a diez minutos de la estación de Santa Justa. Todos los sábados por la mañana, Teresa Lafita acompañaba a su padre, el hijo del escultor de la fuente de Matacanónigos, en sus paseos por la ciudad. "Te estoy hablando de 1967. Uno de sus lugares favoritos eran las casas de Pinillos. Yo he visto los yates para repararlos, la vorágine de los negocios, el trasiego de gente entrando y saliendo". Ojos de niña que cuenta historias casi de abuela. "La gente tenía huertas y burros".

Ayer se cumplió el aniversario de la boda de Raimundo Palma con Mari Carmen. Se casaron el 21 de octubre de 1973 en la iglesia de los Negritos. El mismo año que nació el pescadero de la calle Júpiter, que con esas delicias de mar adentro merecería llamarse Poseidón. Rai Palma, como le conocen quienes saben de su enciclopedismo musical, vive en la calle Virgen de Gracia y Esperanza, titular de la hermandad de San Roque. "En la calle Júpiter vivió un tiempo Paco Gandía y de este barrio salieron los Flexor's, un grupo del que formaba parte Eduardo Rodríguez Rodway, que después formó Los Payos con Josele y es el único superviviente del grupo Triana". Dicen que en uno de los pisos de las Casas de Pinillos vive un componente de los Pony Bravo. Por la puerta que da a Júpiter pasa Alejo, que con su grupo actuó ayer en Fun Club.

La inmobiliaria Avanza, que también es bufete jurídico, lleva seis meses en la calle Júpiter, aunque son veinte años dedicados a estos menesteres. Mari Ángeles Oliva atiende gentilmente al periodista. Están a cuatro pasos de las Casas de Pinillos, pero entre sus ofertas, una finca en El Ronquillo, una vivienda en Arroyo-Florencia que suena al síndrome de Stendhal, no hay ninguna relacionada con las casas de Pinillos. En la acera de enfrente, una tienda de Trofeos que ha celebrado sus bodas de plata en la calle Júpiter. Carlos Ortega Gualberto ha visto pasar este cuarto de siglo desde el año de la Expo.

Por la calle Gonzalo Bilbao que durante un tiempo se llamó Ensanche, un barcelonismo arquitectónico, camina Gerardo Pérez Calero, catedrático de Historia del Arte y bibliotecario del Ateneo. A Júpiter en su mitológica divinidad le acompaña este pintor que nació en la calle San Pedro Mártir, la misma en la que vieron sus primeras luces Manuel Machado, Rafael de León y Alejandro Sawa, el hiperbólico personaje en el que se inspiró Ramón María del Valle-Inclán para el Max Estrella de sus Luces de bohemia que en versión de Alfonso Zurro se ha estrenado en el teatro Lope de Vega, dramaturgo con calle que atraviesa uno de los laterales de estas Casas de Pinillos, corral de comedias sin público, desolación de la quimera, que en su esplendor náutico acogió al marinero en tierra y ahora es faro de taxistas y conductores.

97 años después de que el arquitecto y el propietario firmaran los planos del proyecto, este castillo sin almenas ni ballesteros sigue siendo una incógnita. Un batiburrillo jurídico de rentas, arriendos y propiedades. Se fueron los oficios, se acercan los negocios. Algunos recuerdan la infancia de ir al próximo cine Bosque, sesión continua, en lo que fue el prado de San Sebastián.

Rai Palma ha tenido amigos que vivieron en esas casas de Pinillos que han merecido la atención de dos jóvenes arquitectos, uno con estudio en la calle Sol, otro en la sombra escocesa. A ambos se lo sugirió la profesora Marta Pelegrín, de la Escuela de Arquitectura. La ciudad esconde misterios en las esquinas, espacios casi clandestinos donde quien entra lo hace como sintiéndose dueño de una contraseña o una clave cifrada. Fuera la vida sigue con el vaivén de las compras en el supermercado, el horario de entrada y salida de los colegios, los tributos a la carga y descarga. La ciudad que no está en las postales la pinta todos los días Gonzalo Bilbao. La costumbre de vivir es mucho más intensa que el costumbrismo.

Abundan los desconchones y la ropa tendida. En la parte superior, hay trasteros que se corresponden con los núcleos de escaleras. El joven arquitecto Pedro Mena Vega se salió de los planos para volver a pisar el objeto de su estudio de fin de carrera. Creció en Santa Aurelia y se acaba de mudar a la Resolana. Su padre es comercial; su madre, dependienta de El Corte Inglés. Nació un año antes de la Expo, pero va a la Cartuja para trabajar en Ayesa, la empresa de ingeniería y arquitectura que creó José Luis Manzanares Japón, el trianero trotamundos que se coló en la nómina de los arquitectos galácticos.

 
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