DIARIO DE SEVILLA / 2/5/2018
CARLOS COLÓN
Sevilla es un museo que hay que tener a punto, bien conservado y con capacidad para aprovechar nuevas oportunidades" decía el alcalde a este periódico expresando con una crudeza quizás involuntaria su idea del centro histórico y además contradiciéndose y equivocándose. Ni una ciudad puede o debe ser un museo, ni el turismo de masas atrae necesariamente inversiones empresariales ajenas a la explotación del filón turístico. Crea riqueza y empleo, pero esclavos en su dependencia del turismo como única riqueza hasta acabar matando la gallina de los huevos de oro. Porque el turismo de masas, difícilmente controlable siempre y más cuando se vive de él, arrasa las ciudades históricas desprotegidas -caso de Sevilla- como el veraneo de masas arrasó los litorales macizándolos de hoteles y bloques.
En lo cuanto a lo de que Sevilla sea un museo, no es cierto, ni deseable, ni posible. Un museo atrae visitantes, pero no inversión empresarial. Y además, es inhabitable. Nadie vive en un museo. Ni tan siquiera las obras de arte pueden hacerlo. Debería ser obligatorio que todo aquel que tenga responsabilidades patrimoniales, y el alcalde de Sevilla las tiene, conociera el texto de Heidegger sobre la Madonna Sixtina. Fue pintada por Rafael en 1515 para la iglesia de San Sixto de Piacenza, pero desde 1756 se exhibe en la Galería de Pinturas de Dresde. Sobre este desarraigo escribió Heidegger: "La Madonna Sixtina se convirtió en pieza de museo... Donde quiera que esta imagen venga aún a ser instalada, allí habrá perdido su sitio... Alterada su esencia como obra de arte, la imagen se extravía en lo extraño. (…) La presentación en el museo lo allana todo al nivel uniforme de la exposición". Una ciudad histórica no es una obra de arte singular, ciertamente; pero sí es un conjunto de bienes patrimoniales tangibles e intangibles, históricos y cotidianos, que deben preservarse vivos, no museificados ni degradados.
¿Sevilla es un museo? El centro histórico de nuestra ciudad está tan lejos de la conservación con vida como de la aséptica y muerta preservación museística. Es una mezcla atroz de parque temático y centro comercial, un vulgar y masificado tenderete turístico con monumentos disecados. Los museos no degradan o destruyen las obras que exponen. No abarrotan sus salas de veladores. Y no huelen a fritanga.
|