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2019

Érase una vez en Sevilla el «Cinema Paradiso» PDF Imprimir E-mail
Cines

ABC SEVILLA-JAVIER MACIAS-29.09.2019

En un barrio de Sevilla hay otra casa cerrada. La ciudad sigue perdiendo los cielos. Como aquella casa encantada por la que la gente pasa con miedo y a la que cantó Romero Murube. Un fantasma inventado en el Fantasio. En el Pathé, otro espíritu, un silencio y una seguirilla. El Apolo es un oscuro espacio. El Imperial, un libro de recuerdos. El Llórens es un salón de juegos de soledad y desgracia. El Rialto, una plaza huérfana de nombre. Y en la Alameda, el multicines que en su día fue una revolución, es ahora la última casa que cierra.

«El progreso siempre llega tarde». La frase de Fredo a Salvatore en «Cinema Paradiso» cobra más sentido que nunca en esta Sevilla de hoteles y centros comerciales que antaño formaba un mapa de película. Durante todo el siglo XX, desde Chaplin a Spielberg, la ciudad se citaba en el cine, que marcó la geografía urbana hasta el punto que ha dejado impreso en la memoria colectiva los nombres de aquellas salas que ya no existen o están cerradas.

«Para hablar del cine en Sevilla hay que distinguir entre tres modalidades: el de verano, el de invierno y el cineclub». Rafael Utrera Macías, catedrático de Historia del Cine, va rememorando el movimiento sociológico que se desarrolló en cada uno de ellos. En primer lugar, la ciudad tuvo incontables cines de verano a lo largo del siglo pasado. En la Alameda y su entorno hubo hasta tres diferentes, como el Ideal. Triana estaba repleta. Los hubo incluso multicines, como el Benidorm en el Prado, con cuatro salas, o el ABC Park en la Feria. Sobrevivieron hasta los años 80.

«No eran exclusivos de Sevilla, pero han tenido una enorme importancia sociológica en la historia -cuenta Utrera Macías-. El concepto es bien distinto al actual (donde sobrevive aún el de la Diputación y alguno más). Desde los 80 a los 90 en la cartelera de ABC había más de 50 cines de verano, repartidos en todos los barrios de Sevilla. Lo importante no era la película, sino la convivencia del paisanaje del espectador tomando pipas de girasol y una cerveza». Aquel sevillano «no tenía intereses culturales, más allá de pasar el rato en un lugar fresco, recién barrido, fregado y donde se convivía». Rafael Utrera se remonta a los cines de verano anteriores a la Guerra Civil, en la época del cine mudo, cuando no existía aire acondicionado en las casas, ni frigoríficos. «El público de las casas de vecinos que vivía hacinado iba a refrescarse por unas perras». Aquellos antiguos cines de verano tenían unas modalidades de funcionamiento que incluían una serie de personajes como el que corta la entrada o el acomodador, «que era una autoridad e incluso podía expulsar a personas que no mantenían un buen comportamiento». Eran los años de la boina, el beso censurado, el cura indignado...

«El público de las casas de vecinos, que vivía hacinado, iba a los cines de verano a refrescarse por unas perras»
Aquellos cines cerraron por el frigorífico y el televisor. Luego se encontraban los cineclubs. En la calle Trajano 35-37 estaba el Vida. «Aquello fue una especie de avanzadilla cultural desde los 60 a los 80, conjuntamente con Radio Vida, un enorme motor cultural de enorme impulso en aquella Sevilla», asegura Utrera Macías. El público, aquí, era muy distinto: especializado, universitarios... que no sólo disfrutaban de la exhibición, la presentación y la crítica de la película, sino que desarrollaron cursos de iniciativa cinematográfica en los que llegaron a participar directores como Juan Sebastián Bollaín o el que fuera presidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla. Hoy, el cineclub Vida sigue vivo... aunque en otro lugar de la ciudad.

La milla de oro del cine
Hubo una época, desde los últimos años del franquismo a los del destape, en los que las salas de cine eran el mayor y casi único reclamo de ocio. Eran un éxito y los empresarios abrían más y más e incluso algunos los convertían en «bi-cines». La milla de oro estaba en torno a la plaza de la Campana: el Villasís, el Imperial, el Llórens, el Palacio Central -que fue el primero en tener climatización-, el Pathé o el Álvarez Quintero. El sevillano iba a ver la función y acababa en las cafeterías de la zona compartiendo impresiones.

Entre la Encarnación y Santa Catalina coincidieron tres: el Regina, el Rialto y el Apolo. Y, en la Alameda, otros tres: el Cervantes, el Trajano (que posteriormente se convirtió en la Sala X) y el Multicines, que fue el primero en España y que supuso un hito en la ciudad, ya que permitía elegir hasta cuatro películas de la cartelera. En Triana, del Fantasio al Astoria pasando por el Emperador, el Rocío o el Chaplin. Por la Ronda Histórica se situaban el Alkázar, el Andalucía, el Florida, el Victoria o el Azul. Por la Puerta Real, el San Vicente o el Avenida. Y, en los barrios, estaban Los Remedios, el Juncal, el Olimpia (en el Cerro), el Cine Sur (La Oliva), el Rochelambert o el Goya y el Nervión, en esta zona.

En la zona de la Campana se encontraban el Villasís, el Imperial, el Llórens o el Palacio Central
«Dentro de estos cines, aparte del lujo de cada uno de ellos (butacas, servicios, venta de bombón de chicle caramelo que el botones vendían en los descansos), estaba la modalidad según la pelicula: local de estreno o de reestreno». Rafael Utrera recuerda que cuando la censura franquista se hizo más flexible, en aquellos lugares con más de 50.000 habitantes había salas donde exhibían filmes picantes. «Había una película muy famosa, 'Cuerno de cabra', que en aquella Sevilla tuvo mucho impacto porque aparecía un desnudo femenino (los masculinos tardaron más en permitirse)». Fue entonces cuando llegaron los cines X, como el de Trajano o el Victoria. «Eso fue una década, flor de un día. Los años del destape ocuparon el sitio correspondiente hasta desaparecer porque la televisión se encargaba de ofrecer lo mismo».

Entre los cines de reestreno estaban el Rialto o el Regina. En los de estreno, «preferentemente el Domingo de Resurrección, estaba la sección Vermú, la nocturna, donde había división sectorial del público: no costaba lo mismo la entrada del patio de butacas que la del gallinero».

Junto a estos cines, se han perdido otros elementos del urbanismo, que marcaban una estética en cada rincón de la ciudad. Eran los pósters de las películas pegados a las vallas o los vehículos «torretas» con la cartelera y una música que anunciaba que ahí llegaba el coche del cine.

Hoy muchos de aquellos locales que antaño fueron el centro de ocio de los sevillanos se han reconvertido mayoritariamente en supermercados. El Regina, hoy, es El Jamón de Jerónimo Hernández; el Villasís acaba de reconvertirse en un Decathlon; el Andalucía -en María Axiliadora-, en un Lidl. Ahora, el Pathé, que fue el segundo cine en proyectar películas sonoras ya no es ni el Teatro Quintero y ha pasado a convertirse en sala de flamenco del Palacio Andaluz. El Llórens fue el primero en abandonar el cine mudo y fue un espacio para la vanguardia cultural, por el que pasaron figuras como Miguel de Unamuno o José Ortega y Gasset. Hoy se ha quedado como una sala de juegos.

Otros han desaparecido y ya no queda nada de ellos. Tan sólo una foto antigua y el recuerdo en el nomenclátor popular. «No te dejes engañar por la nostalgia, vuelve dentro de muchos años». Esta otra frase mítica de «Cinema Paradiso» es un símbolo del princicio del fin de estos cines. Ahora, generaciones de sevillanos echan la vista atrás y se ven de niños yendo al estreno de «Indiana Jones». Hoy, con la perspectiva del tiempo, aquellas casas cerradas son un bofetón de melancolía. «Ya no venía nadie, el solar lo ha comprado el Ayuntamiento para construir un aparcamiento. El sábado lo derriban. Qué lástima». Los más viejos ven cómo desaparece el lugar donde se hicieron mayores o se citaron con su primer amor. Mientras, los niños sólo ven un montón de escombros donde en su día hubo un auténtico paraíso de evasión, de ocio y de vida.

 
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