Mie

21

Mar

2012

ADIOS, MANOLOBARRIOS Imprimir

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO ABC SEVILLA


Adiós, Manolobarrios

Con Franco vivo y la dictadura tonante en estado de excepción, celebrábamos, con sigilo de catacumba o de rito iniciático de logia, una tenida democrática en el piso de Luis Uruñuela, el que luego habría de ser el primer alcalde de Sevilla con la Monarquía Constitucional. De pronto alertaron:
-- ¡A ver cómo salimos, que está abajo la Social!
Y Manuel Barrios, juntando los pulsos de ambas muñecas como si ya tuviera los grilletes puestos por la Pestañí, dijo con su natal gracia gaditana:
-- ¿Pues cómo vamos a salir? Esposados...
No salimos esposados, sino algo peor: humillados. El caballero Uruñuela, capitán de aquella nave de los locos por las libertades, dispuso que para no infundir excesivas sospechas de reunión ilegal fuéramos saliendo por parejas, como hermanas de la Cruz, y allá se las aviara cada cual abajo con la Brigada Social. Compañeros de tantas cosas, a mí me tocó bajar con Barrios. Nos paró, naturalmente, la Policía en el portal de aquel piso cercano al campo del Sevilla. Nos pidieron el carné. Barrios sacó más rápido y se lo entregó al inspector. Tomó el agente el carné y lo miró con parsimonia, cachaza y regodeo, muy pausadamente. Un largo silencio. El policía con el carné de Barrios en la mano, mirándolo y venga a mirarlo. Y mirándonos a nosotros como a criminales. Y al final, una pregunta a Barrios:
-- Aquí pone que es usted escritor... ¿Escritor, de qué?
Y Barrios, con su genialidad, fue y le dijo:
-- De lo que usted quiera: ¡de novelas verdes mismo!
Ahora que el gran novelista de "El crimen", de "La espuela" y de "Epitafio para un señorito" se ha ido, pienso que a Barrios le ocurrió toda su vida como aquella mañana con la Brigada Social: que tuvo que pagar el alto tributo del silencio y de la humillación por servir a su insobornable vocación de escritor libre. Con Franco y después de Franco. A Barrios las derechas y las izquierdas le siguieron preguntando: "¿Escritor, de qué?". Hasta cuando llegaron los suyos, que eran los nuestros, los de la libertad y la democracia. Nunca estuvo Barrios dispuesto a pagar alcabalas de servilismo a nadie. Libre como su cuna, la constitucional Real Isla de San Fernando. Y como una isla, pagando el precio de la soledad, sin moverse de donde estaba, con las zapatillas bien asentadas en el albero de su sobrada maestría literaria, en esta España saturnal que devora a sus hijos, Barrios, por su independencia, pasó directamente de ser un rojo peligrosísimo a un facha de mucho cuidado. Y todo por querer siempre seguir siendo libre como el cante de una soleá de la Misa Flamenca que le inspiró a Antonio Mairena desde la Radio Sevilla de sus premios Ondas. Lo vi siempre como un Quevedo de nuestra hora, incapaz de agachar la cabeza para comer el pan por manita ajena. Peleón, incómodo, pero siempre verdadero e independiente. El difícil ejercicio de la libertad le costó condenas de cárcel, embargos del piso, la inhabilitación profesional, la querella de su editor Lara el Viejo. Casi su muerte civil. Qué alto precio pagó por su libertad. Pudiendo haberse arrimado cómodamente al perol del felipismo con su limpia hoja de servicios antifranquistas, siguió fustigando las corrupciones del socialismo como había denunciado los atropellos de la dictadura. Y todo, sin darle importancia y con mucha gracia, muchísima, como cuando nos interrogaron juntos en los despachos de la Brigada Social y el comisario le preguntó:
-- ¿Me puede usted decir quién les convocó a esa reunión?
-- Yo, señor comisario --respondió--, lo único que le puedo decir a usted ahora mismo es que me estoy meando. Por favor, ¿dónde está el servicio?
De los de fax y olivetti, qué pocos vamos quedando, Manolobarrios...