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EL TRIUNFO DE LA FRITANGA Imprimir

DIARIO DE SEVILLA / 2/10/2016

CARLOS NAVARRO ANTOLIN

EL día que cerró la tienda de Milano de la Plaza de la Magdalena, alguien decidió estirar la vida útil de la marca abriendo un Milano Copas en el mismo local. Cuando el Teatro Quintero vivaquea como puede, lastrado por la ruina de su dueño, alguien también ha decidido aprovechar las sobras de la tortilla para hacer un revuelto, por lo que ya tenemos el Quintero como bar de copas, con entrada libre hasta las tres de la madrugada, con sus lamparones encendidos en la puerta para atraer la atención del público. Que la finca tenga la catalogación de suelo de interés social y cultural importa muy poco en una ciudad que tiene asumido que el trago largo forma parte de ese concepto chicle que es la cultura. La misma ciudad que tiene igualmente asumido que los inspectores de Medio Ambiente son esos padres que lanzan el zapatillazo con cuidado de no agredir al pequeño bribón. Recuerden que estuvimos a punto de tener una cafetería en una de las azoteas de la Catedral.

Los poderes fácticos son los bares. Nadie puede con la infantería de la hostelería, que son los veladores. Nada extraño en una ciudad que vio cómo la popular cervecería de la Moneda se restauraba mucho antes que la propia Casa de la Moneda, monumento archicatalogado. Que la principal multinacional del pollo frito apueste con fuerza para hacerse con el local del antiguo Horno de San Buenaventura en la Avenida de la Constitución es la confirmación del repliegue que entidades bancarias, fundaciones y empresas hacen en las principales arterias de la ciudad. Es un éxodo hacia otros distritos, mejor comunicados y con menos turistas, que aportan poco en su cuenta de resultados.

La hostelería es el mar embravecido que va ganando terreno a la playa urbana de oleada en oleada. Y es una hostelería mediocre, franquiciada, dirigida desde los departamentos de expansión de Madrid, con olor a fritanga o a café en vasos de plástico tamaño XXL. Jamás se han tomado esos gigantescos cafés en Sevilla, pero todo pueblo débil se deja influir por hábitos ajenos con una facilidad pasmosa. Quizás sea porque Sevilla es la ciudad donde más se cita al prójimo a tomar café, pero donde ya no quedan verdaderas cafeterías. Cerrada Nova Roma, no hay un establecimiento donde tomar un café pausado a un precio más elevado que el habitual, pero con ciertas comodidades añadidas. No hay un café Gijón, como en Madrid, ni un Novelty, como en Salamanca. Tampoco queda rastro de aquel suntuoso Café Placentines que el propio Quintero fundó bajo su emisora de radio. No hay público que pague tres, cuatro o cinco euros, en función del horario, como ocurre en los parisinos Campos Eliseos, por un café bien servido con derecho a tertulia de larga duración. Probablemente Sevilla tenga la hostelería que se merece, una oferta de pollo frito en una Avenida que desde hace una década es la milla de oro de los cafés despersonalizados, un sector servicios degradado para que el turista se sienta como si no hubiera salido de su casa.

La Avenida de la Constitución de hoy es el triunfo de la fritanga. Empezó con el despropósito urbanístico de una peatonalización tan falsa como mal concebida, y termina por concentrar las ofertas de comida rápida y yogures exprés donde antes había bancos y negocios arraigados que aportaban el genuino valor local que, se supone, desea disfrutar el visitante. El entorno de la Catedral, principal monumento de la ciudad, presenta una oferta de comida marroquí, pizzas y pollo frito, que poco tiene que ver con la Sevilla de postal que genera el turismo. Aquí lo único originario que subsiste es el calor. Todo lo demás está embadurnado de vinagre de Módena. Por muchos ventiladores y aspersores que sean colocados, el calor, como el amor de la carta de San Pablo, todo lo soporta. Venga pollo frito de KFC. Y si falla el negocio, se abre el KFC Copas.

Tendría que venir el profesor Enrique Figueroa con su famoso medidor, que usa para calcular los grados que hace a la sombra o en los pavimentos, para que nos chive cuántos bares buenos quedan de verdad en el entorno del Alcázar y la Catedral. Probablemente, las muestras de la hostelería más genunina de Sevilla se encuentren ya en los barrios más que en el centro. Para ver Roma en Sevilla hay que ir a Santiponce. Y para leer una lista de tapas de toda la vida, a Nervión, Rochelambert o el Cerro. Sin un tío al lado que te pegue con la mochila. Y con un café con el tamaño de un café.