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Atarazanas

DIARIO DE SEVILLA / 28/1/2016

JOSÉ DE LA PEÑA

LAS Reales Atarazanas, mal que nos pese, nunca volverán. Ni volverá su uso industrial, ni colaborará con su monumental escala a presidir los arenales. Debajo de los rellenos que nivelan la actual cota de la ciudad estuvo, pero no está ni la playa ni los rieles de madera que sustentaban con tornapunta los cascos de madera en los que se afanaban los carpinteros de ribera. Queda un edificio todavía hermoso sobre cuya virtud dudamos entre devolvérsela al origen, algo imposible, o aceptar que la historia no da marcha atrás. 

Mucho se ha hablado y se hablará de las Reales Atarazanas y de su intervención, y mucho me temo que no es una cuestión de la naturaleza de la intervención si no de la tendencia de esta ciudad a dilatar los tiempos entre la reflexión y la acción. Si no es cuestión de política y gobierno, que no es el caso, es cuestión de la movilización de unos u otros grupos que, escudados en su emblema conservacionista, arrojan confusión más que luz sobre un proyecto que, guste más o menos, es ejemplar en el tratamiento de los elementos patrimoniales existentes y cuidadoso en la introducción de los nuevos espacios para la correcta puesta en uso del monumento. 

He visto y leído, y quizás por eso escribo estas letras, cómo se criticaba injustamente a Guillermo Vázquez Consuegra, autor del proyecto de rehabilitación, y se ponía en duda su calidad profesional. Este hecho resulta improcedente dada la más que demostrada y laureada trayectoria internacional del arquitecto, pero aún más en este caso, teniendo en cuenta su extensa y premiada experiencia en la rehabilitación e intervención sobre el patrimonio histórico, como es el caso del Palacio de San Telmo, las Atarazanas de Génova (Museo Marítimo) o el Ministerio de Asuntos Exteriores de Luxemburgo, por citar algunos ejemplos. No niego la necesidad y la utilidad de los grupos que velan por el patrimonio de nuestra ciudad, pero echo en falta un debate riguroso y veo de más los dogmas de fe, como si la discusión sobre la ciudad y el patrimonio fuera un problema algebraico con una única solución ética y correcta. 

Aquí se discute si excavar o mantener su cota actual, si pertenecer al pasado o al presente, si convertir el espacio de las atarazanas en un yacimiento arqueológico o en un espacio abierto a la ciudad. No discutimos acerca del respeto y mantenimiento de los elementos patrimoniales, puesto que el proyecto del estudio de Vázquez Consuegra es en este sentido irreprochable. 

Vivimos y andamos sobre los restos de nuestra historia apilados durante siglos. Es nuestro patrimonio, con contadas excepciones, el resultado de sucesivas transformaciones como huella de las necesidades de la historia, hecho que hemos asumido con naturalidad. Veo cierto peligro en el ejercicio de regresión que se está demandando sobre los antiguos astilleros. En el acto de "rebobinar", ¿dónde debemos parar? y ¿cuáles son los elementos que selectivamente queremos hacer desaparecer? ¿Qué atarazanas queremos, las del siglo XII, las del XV o las del XVIII? Hay quienes pensamos que todas esas deben convivir. 

 



No volveremos a ver en continuidad las siete naves, antes diecisiete, ni volveremos a percibir la maravillosa arcada desde la cota menos cinco, porque es técnicamente costoso, porque requiere el uso de métodos invasivos sobre la estructura original, porque existen restos arqueológicos preservados bajo el subsuelo. Pero, sobre todo, porque la ciudad está ahora aquí arriba, porque desde abajo ya no se ve la orilla del Guadalquivir, escape de las galeras.

 
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