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2021

La historia del alumbrado de Sevilla: de las lámparas de aceite a las «luces de frigorífico» PDF Imprimir E-mail

Abc Sevilla / 24/04/2021

Javier Macías

Sevilla vive una transformación silenciosa en su estética. A los pavimentos nuevos, la arquitectura urbana y las plazas sin arbolado ni parterres se le ha unido el alumbrado. El Ayuntamiento, basándose en los estudios de ahorro energético, ha decidido sustituir las lámparas tradicionales que aportan una luz cálida más amarilla por otras blancas, mucho más duras, y que alteran la visión clásica del casco histórico. La voz de alarma la dio en Twitter el pintor Federico Jaime, que la calificó como «luz de frigorífico» e «impropia de enclaves patrimoniales», como la que se ha instalado en Mateos Gago y que ya se probó en la Alfalfa en tiempos de Sánchez Monteseirín, cuando transformó la plaza no sin polémica al asemejarse a un plató televisivo.

El alumbrado público de Sevilla siempre ha sido un problema en la historia. Cuenta Joaquín Egea, el portavoz de Adepa, que en la Edad Media y en la Moderna la noche era sinónimo de peligros. «Muchas leyendas están unidas a la noche, como la del Rey Don Pedro en la calle Candilejo o como la de don Juan Tenorio». Así, recuerda que «cuando un noble salía siempre iba acompañado de antorchas y hombres de armas, algo que se repetía en las cofradías, con los nazarenos precediendo con la luz de los cirios a la imagen».

Esta situación se mantuvo hasta el siglo XVIII, cuando con la monarquía borbónica llegaron las reformas. Un asistente de Sevilla, Manuel de Torres, planteó que fueron los vecinos quienes alumbrasen los portales de sus casas. Pero no se cumplió al no ser obligatorio. Fueron Larumbe, primero, y Olavide, después, quienes se preocuparon en acabar de una vez con la delincuencia nocturna que sufría Sevilla. Tomaron tres medidas. Por un lado, se obligó a los ciudadanos a colocar lámparas de aceite en las fachadas bajo duras multas. Por otro, se cerraron los bares a partir del ocaso para evitar las borracheras. Y, por último, se impuso un toque de queda: nadie podía salir de casa por la noche.

Este sistema de iluminación se mantuvo hasta mediados del XIX. En torno a los años 60 de ese siglo, el alcalde García de Vinuesa impulsó el cambio definitivo en el sistema, que pasó de ser potestad de los vecinos a responsabilidad municipal. Primero afectó a unas pocas calles del Centro y luego se amplió el radio. Apareció una compañía, la Catalana de Gas, y luego se originó la figura de los serenos, que eran los encargados de encender y apagar el gas en las calles.

Este sistema trajo consigo otros problemas, como las continuas explosiones, que derivaban en protestas de los ciudadanos. No obstante, se logró el objetivo de reducir la delincuencia.

Y así continuó este sistema durante casi 50 años. En 1907 se renovó por completo. La élite intelectual sevillana que promovió la Exposición Iberoamericana de 1929 creó la compañía Sevillana de Electricidad, que impulsó un nuevo modelo de iluminación. Esto trajo consigo también un movimiento estético, por el que Aníbal González y otros arquitectos diseñaron farolas para sustituir a las de gas. Fue una renovación artística del alumbrado a través de las farolas.

La luz comenzó a verse como un elemento, además de funcional, estético y comenzó a aplicarse en la iluminación de los monumentos. Ejemplo de ello fueron las lámparas redondas del parque de María Luisa, que iluminaban las a las Victorias Aladas o el entorno del Monte Gurugú.

Tras la Guerra Civil, en plena posguerra, la falta de recursos económicos hizo que apenas se colocaran una luces cenitales en los cruces de las calles. Así, hasta que llegó el Marqués de Contadero a la Alcaldía, que en 1956 impulsó el penúltimo gran cambio del alumbrado público. Esa luz cálida la situó cerca de la Sevilla monumental y, en los años 60 y principios de los 70, se trasladó al resto del conjunto histórico de la ciudad. Se colocaron farolas ornamentales en las fachadas, con «una iluminación suficiente pero que permitía un juego de luces y sombras artístico, entre rojizo y amarillento», explica Joaquín Egea, que denuncia el cambio que está efectuando el Ayuntamiento ahora: «Es una falta de respeto al patrimonio y lo están haciendo de forma silenciosa y sin que haya una mínima discusión porque no hay una élite intelectual que luche como en el 29. Ahora nos amenazan con colorear la Torre del Oro y la Giralda...».

 
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