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Lun

23

Ene

2012

EN SEVILLA HAN DESAPARECIDO DEMASIADOS EDIFICIOS IMPORTANTES PDF Imprimir E-mail
Encarnación

 

Elliott, que fue apadrinado por Carlos Alberto González Sánchez, catedrático de Historia Moderna de la Facultad de Geografía e Historia, rememoró en su intervención su inicial toma de contacto con Sevilla en julio de 1950 en compañía de un grupo de estudiantes de primer año de la Universidad de Cambridge; una visita que le marcó, sin duda, para sus posteriores encuentros con la ciudad. En su recuerdo, nombres como los de Antonio Domínguez Ortiz, Ramón Carande, Francisco Morales Padrón, José Francisco de la Peña... y tantos otros a los que asocia su relación con Sevilla, como el del catedrático Rafael Sánchez Mantero, traductor al español de cuatro de sus principales obras.

D Pero tratándose de un historiador de su talla, la ciudad del pasado no podía quedar al margen de su discurso ni tampoco una de sus figuras más estudiadas: el conde-duque de Olivares, que no puede entenderse «sin comprender algo de la vida y de la sociedad de la Sevilla de comienzos del XVII». El hispanista aprovechó la referencia a Olivares y sus relaciones «no enteramente cordiales» con esta universidad —«los resultados del patronazgo resultaron decepcionantes»— para entresacar de aquel episodio una posible lección para todas las universidades: «No hay que apegarse mucho al poder político sino, por el contrario, actuar con independencia». No fue ésta, sin embargo, la única lección que extrajo de aquella Sevilla de los siglos XVI y XVII, «cruce internacional de caminos», que cuando «estornudaba», porque se retrasaba la flota o los navíos eran capturados por los piratas, «toda Europa se constipaba». Navegó Elliott por los tiempos pretéritos de una ciudad «hosca»

pero hospitalaria, con una riqueza creada por los continuos flujos de plata y una elite caracterizada por la curiosidad intelectual y una apertura hacia el mundo exterior.

D «Sevilla, me temo, nunca volverá a ser el centro del mundo de la forma en que lo fue en los siglos XVI y XVII», manifestó el hispanista, para subrayar una lección básica de todo ello: la importancia de la Historia, de la que «la generación del Siglo de Oro era profundamente consciente». De vuelta al presente, consideró que «una adecuada consciencia del pasado implica también un respeto a sus vestigios materiales, y me causa tristeza —dijo— el hecho de que, aunque muchos de ellos han sido conservados en Sevilla, gracias al esfuerzo de algunas personas, hayan desaparecido demasiados edificios bellos e importantes desde mi primera visita en 1950». Es más, añadió que «sin un permanente sentido del orgullo cívico y de la responsabilidad que implica la firme determinación de preservar lo mejor de lo que crearon nuestros antepasados, corremos el riesgo, no sólo aquí sino en toda Europa, de situar nuestras ciudades en las manos de los especuladores que se sentirán muy felices de sacrificar

tanto el pasado como el futuro con la perspectiva de un beneficio inmediato».

El papel de las Humanidades

El historiador realizó una lectura más de aquel periodo histórico y remarcó la necesidad de «una sociedad abierta, imbuida de esa clase de curiosidad de aquellos sevillanos del Siglo de Oro que supieron asimilar y sintetizar multitud de experiencias del mundo», en una época actual de globalización en la que la contrapartida se basa en «la regionalización y la fragmentación».

Antes de finalizar el acto, el rector, Joaquín Luque, se refirió al discurso del hispanista como «una de las más bellas lecciones de Historia jamás contada en el Paraninfo», resaltando el valor de su fecunda obra que «ha servido para desterrar la “leyenda negra” española que otros compatriotas suyos ayudaron a difundir». El rector le llegó a plantear incluso una excusa «por la tardanza en reconocer oficialmente sus múltiples méritos», aunque la Hispalense lo ha considerado «uno de los suyos desde hace mucho tiempo», aseveró.

Luque significó el estudio de la Historia y de las Humanidades, en general, frente a quienes las menosprecian argumentando su «falta de rentabilidad económica. No me cansaré de subrayar su valor en términos absolutos de progreso», precisó, para concluir abogando, al hilo de lo expresado por Elliott, por una universidad «celosa de su autonomía».

 

 
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